Por doquier se viven tiempos intensos y controvertidos, de gran afán para amplios sectores de la población, de todos los niveles socio-económicos. En estos tiempos, que también son inolvidables y trascendentales para la vida de los individuos y las familias. Los padres toman grandes decisiones, por ejemplo: establecen como objetivos prioritarios de sus vidas, que los niños y jóvenes de la familia deben ser matriculados para iniciar o continuar estudios, en las escuelas, institutos y universidades. Que los niños y jóvenes se incorporen a los estudios es el gran logro que da forma a la felicidad de las familias, especialmente, de las pobres y las más pobres que, a pesar de las limitaciones de todo orden, incursionan en el sistema educativo transformándolo en el formidable mecanismo de movilidad social y en un factor que propicia cambios visibles y duraderos en todos los niveles de la sociedad. Si, los involucrados en el sistema, no solo tienden al protagonismo, se transforman a sí mismos, a su familia, a su entorno social y muy pronto sirven al país.
En el imaginario social de la población, “el que estudia triunfa”, por lo tanto, son válidos todos los esfuerzos para llegar a una institución educativa, poco importan las deficiencias históricas, estructurales o circunstanciales del sistema educativo. Es el tiempo de la resiliencia, del emprendimiento, de la fe que mueve montañas.
Gran parte de los jóvenes de las universidades públicas o privadas, en estos tiempos, asumen el costo de su educación de manera permanente. Para todos ellos, no es fácil hallar un trabajo ad hoc a los estudios. Los trabajos por lo general, absorben todo el tiempo posible del estudiante, del mismo modo que los estudios exigen mayor concentración (exámenes, prácticas, graduación), un conflicto cuya solución, de no ser aristotélica, producirá graves consecuencias, principalmente en los estudios. Es frecuente escuchar, en modo de queja la frase: “por el trabajo abandoné los estudios”, pero arribar a una solución equilibrada entre trabajo y estudios, no es imposible, pues salvada la incompatibilidad horaria, lo demás puede conciliarse, se puede contar con el apoyo de las políticas de empleo de las mismas empresas. Superadas estas dimensiones del problema, en marzo -como corresponde, por lo menos en el país- la juventud universitaria retorna a las aulas, en algunos casos a dar por finiquitada la brecha de género como lo comprueba el organismo rector de la educación superior, SUNEDU (Perú, 2023), que nos informa cómo es actualmente, la distribución según el género de la población universitaria: 54% de mujeres y 46% de varones. Una auténtica democratización de la educación superior, que no resuelve otras dificultades como que, una vez egresadas, las mujeres perciben remuneraciones 27% menores a la que perciben los varones.
Volvamos al tema de jóvenes universitarios que estudian y trabajan. La sociedad, la opinión general y pública de las gentes y los propios jóvenes nos dicen que lo hacen (trabajan) por razones económicas, para cubrir los costos de su formación profesional. Esta situación, ha generado una polémica, que no es tan reciente, entre quienes sostienen que trabajar es perjudicial para la salud de los jóvenes, debido a que el binomio trabajo-estudios afecta y reduce el rendimiento académico pues produce fatiga y estrés. Además, reduce la capacidad de la memoria y la concentración. Y otros sostienen que, trabajar y estudiar a la vez, ofrece la ventaja de crear autonomía en el individuo, forma su carácter, su personalidad y mayor disciplina de la persona. ¿Quién tiene la razón? Una encuesta, con una muestra de 2.400 encuestados urbanos, realizado por infocapitalhumano.pe, dio como resultado que el 73% de los encuestados respondió: trabajar y estudiar a la vez. El 62% de los entrevistados dijo trabajar en un campo afin a sus estudios. Un resultado que favorece la empleabilidad del universitario. Una situación que es opuesta a las preferencias de los docentes.
En el trabajo de M. Villegas (RPIE. 2023, No. 18, pp. 37-63) se formulan algunas respuestas al problema: ¿Por qué los estudiantes prefieren trabajar y estudiar? Son tres las modalidades por las cuales un joven universitario accede a un empleo, lo hacen como: dependiente (más frecuente); independiente (negocio propio); o en la modalidad de trabajo familiar no remunerado. Las motivaciones o factores que lo impelen a insertarse laboralmente son cuatro y son los que deciden que los estudiantes empiecen a trabajar: (a) razones económicas, (b) responsabilidades familiares, (c) búsqueda de aprendizajes, (d) mejorar el desempeño para la inserción laboral. A partir de estos factores, los estudiantes inician una vida laboral activa trazando una trayectoria universitaria que los distinguen en la heterogeneidad de experiencias laborales de otros jóvenes. En esa trayectoria se muestra el papel activo de los estudiantes para adquirir competencias que le dé empleabilidad durante el largo periodo de formación profesional.
Una vez inserto en el mundo del trabajo, el joven universitario, según las indagaciones, evidencia que su interés laboral está por encima de lo económico; mientras unos buscan resolver gastos personales o familiares, otros, quieren y desarrollan sus habilidades sociales o incrementan sus conocimientos técnicos o se capacitan para mantener su empleabilidad.
Trabajar y estudiar lleva al universitario a pensar en su formación académica, sin embargo, se acentúa la preocupación por la empleabilidad cuanto más avanza en el trabajo, sin descuidar los estudios. Pero es inevitable: menor interés en lo académico y un interés enfático por el grado.
La dedicación exclusiva del estudiante, es un desiderátum de los docentes, pero es una idea y una práctica social cada vez más extraña en el mundo universitario. Es un paradigma extinguido. Se ha tornado en un fenómeno global reconocido que el estudiante universitario estudie y trabaje, esto demanda nuevos retos y desafíos, el joven que trabaja y estudia es libre, se torna más libre aún. Otros retos, como afrontar la complejidad del objeto de estudio, requiere de un esfuerzo sostenido para reconocer el valor de las prácticas y como contribuyen a la formación profesional. Persiste en los claustros una tensión entre estudios universitarios y trabajo. En los estudiantes se pueden apreciar las brechas que surgen en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Finalmente, y como se ve en muchos lugares, este problema se puede resolver con la expedición de becas, créditos, préstamos y ayudas a los estudiantes por parte del Estado y la empresa privada, la cooperación internacional, y como no, la ciudadanía, que debe ser la gran aliada de políticas de reforma impositiva, que hoy es vigente en varios países del mundo. No descuidar los datos “negativos”, y atender – también- a los estudios económicos que afirman que el 62% de las carreras universitarias que se ofrecen, tienen un retorno económico positivo, un tercio de los profesionales egresados de la universidad, laboran en una posición que no requiere educación superior.
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