Con la mirada puesta en la coyuntura sociopolítica, la periodista cubana Eillen Sozin, colaboradora de IJNET desde 2018, escribe un artículo con el cual llama la atención de los lectores con agudas observaciones y oportunas advertencias de la presencia de “grupos religiosos fundamentalistas” – entre estos- los “grupos religiosos tradicionales” y otros, no necesariamente religiosos, son de diversas confesiones, que más que profesar su fe, son activistas radicales políticos, que llevan sus discrepancias y contradicciones al límite con la violencia y las contradicciones. Sin dejar de lado, la movilización con técnicas propias de antiguos partidos extintos o en extinción. Todo esto se lee como “muy duro”, mas existe, crece y actúa, hasta contra los propios grupos religiosos.
Todo un fenómeno social. Parece una exageración, pero desde hace una o más décadas y más intensamente, en los días que corren, en América Latina hay evidencias de una gesta de este tipo de movimientos de naturaleza radical, opuestos a toda la demanda de apertura, democracia, tolerancia, diversidad, adecuación y convivencia pacífica en la sociedad, y cuya base social de procedencia, son los grupos de feligreses de sectores sociales tradicionales, de los que se separan o disienten, los hay expulsados y -como no- tránsfugas. Estos grupos de religiosos radicales son o aparentan ser conservadores (y muy conservadores) que activan públicamente como aliados de políticos, gobiernos o movimientos conservadores. Tienen una línea de acción política: la oposición y resistencia combativa hacia demandas o propuestas como los derechos de igualdad de la mujer o de las personas LGBTIQ, el aborto, el matrimonio igualitario o los derechos sexuales y reproductivos.
Las “razones” que activan a estos grupos no son todos los señalados, hay otros planteamientos y actitudes políticas que los definen como antilaicistas, su oposición a toda posición política que no sea la suya, rechazan los derechos humanos y a sus instituciones; desde otro ángulo, sus prácticas políticas-religiosas se caracterizan por defender causas con vehemente dogmatismo, o con un discurso que difunde una cerril opuesta a una religiosidad plural y heterogénea y acaso, más lejana aún de una praxis ecuménica.
Otros robustos grupos religiosos, aunque menguados por las características que preocupa a la sociedad, a la opinión pública y a los propios feligreses, que consideran que, si bien no es un tiempo de vuelta a la religión, pero puede ser posible un tiempo que implique convivir con las religiones, como una dimensión legitima de las políticas democráticas. Se pensaba –años atrás- que lo religioso y sus instituciones eran de cierta forma, disfuncionales y como actores no tendrían que trascender los límites del templo, los domingos y el ámbito de lo privado individual, para no caer en el drama de cómo empezó todo esto.
Sin duda en el periodo de la Pandemia, el miedo y la incertidumbre, sirvieron de impulso para las posturas fundamentalistas. Periodistas como Angel Mazariegos al reportar sobre los “Religiosos Antivacunas”, encontró que la prédica negacionista en Guatemala, neutralizó la política pública de vacunación; en otros países, los discursos en contra de los derechos civiles se unieron con la difusión de teorías conspirativas sobre el inicio de la Pandemia y las formas de sufragio.
Como todo extremismo, la religiosidad fundamentalista radical, es un fenómeno que hay que comprender, ver sus matices y conocer cómo se visualizan ellos a sí mismos y, sobre todo, como logran relacionarse y articular entre ellos.
¿Qué le corresponde hacer frente a este gran problema al periodismo? En lo que concierne al periodismo de investigación, debe apoyarse en sus principios de seguir la pista del dinero; de quienes financia a las organizaciones; sus nexos políticos, quiénes los respaldan y qué hacen para que su discurso se expanda sin el debate público. Por otro lado, es pertinente retomar la recomendación de los periodistas Luna Amancio y Mazariegos que, en la cobertura de éste fenómeno, diferenciar a los pastores de la feligresía, afrontar la proliferación de discursos de odio, la mala información y la desinformación, y ausencia de proclamas religiosas. Hoy en el campo de la religiosidad se da un proceso de instrumentalización de la fe y la maximización de los prejuicios que existen en las comunidades.
El discurso fundamentalista esta en boga. Cala en las comunidades, por ello, es pertinente, en estos tiempos, más que confrontar las narrativas periodísticas, es propicio invitar al diálogo, y al intercambio democrático de opiniones encaminadas a construir el consenso social necesario. Una alta política. El periodismo debe acercarse a la religión nos lo recuerdan los periodistas que investigan el tema.
Foto: RPP- Rolando Gonzales