Han pasado cuatro años desde que el huracán Dorian arrasó las islas del Caribe, pero algunas de las imágenes de aquella tormenta todavía me persiguen.

Cuando el equipo de CCN TV6 de Trinidad y Tobago aterrizó en las islas Abaco, en el norte de Bahamas, nos encontramos con un hedor caliente y pútrido. No había pájaros. No había árboles. El estrés de trabajar cerca de lugares donde hay muerte, infección y conflicto continuo se instaló poco a poco. No era mi primera misión durante la temporada de huracanes en el Caribe, pero sí la primera para la que no me sentía mentalmente preparada.

Los periodistas suelen ser los primeros en llegar a la escena de las grandes catástrofes climáticas. Nuestra función es informar incluso cuando trabajamos en entornos peligrosos y perturbadores. Y, sin embargo, presenciar un trauma puede afectarnos mucho después de que el incidente haya terminado. Cuando se trata de catástrofes provocadas por el cambio climático, también nos enfrentamos a la idea de cubrir el mismo tipo de catástrofes una y otra vez, desgastando nuestro sentido de capacidad de lidiar con la adversidad.

Ya sabemos que los periodistas pueden lidiar con riesgos físicos, sobre todo cuando cubren guerras o conflictos. Muchas redacciones de todo el mundo llevan checklists periódicas para prepararse y gestionar los peligros de cubrir determinados hechos. Pero la misma preparación de salud mental a la hora de cubrir catástrofes relacionadas con el clima es casi inexistente. Y es hora de arreglarlo.

Ya sabemos que los profesionales de los medios pueden sufrir psicológicamente mientras hacen su trabajo. Múltiples estudios han demostrado que al menos el 80% de los periodistas han sido testigos de un suceso traumático, de acuerdo con el Centro DART de Periodismo y Trauma. Y muchos periodistas han experimentado no solo uno, sino varios sucesos traumáticos.

Un estudio de 2019 sobre periodistas que cubrieron el huracán Harvey, por ejemplo, reveló que el 20% desarrollaron estrés postraumático relacionado con la tormenta, mientras que el 40% desarrolló signos de depresión. Y, sin embargo, se suele asumir que los periodistas solo están expuestos a eventos traumáticos en ciertas áreas, como la cobertura de crímenes mortales o de guerras.

Por desgracia, la salud mental es un tema tabú en muchas redacciones y partes del mundo. En un reciente TechCamp Bridgetown para periodistas caribeños en Miami, Florida, hablamos de que los medios no suelen ofrecer asesoramiento tras catástrofes relacionadas con el clima y otros hechos traumáticos. Son muchos los periodistas caribeños con los que he hablado que dicen que se guardan el trauma para sí mismos e intentan encontrar formas de gestionar el estrés por su cuenta.

Mientras tanto, la información sobre catástrofes es cada vez más frecuente en los medios caribeños. Esto se debe a que el cambio climático está haciendo que estos acontecimientos sean más frecuentes y más intensos: hay más tormentas, sequías más severas, más desastres.

Cuando mis colegas y yo sobrevolamos las islas de las Bahamas devastadas por el huracán, nos quedamos en silencio. Trabajamos sin descanso durante tres días, informando sobre el trabajo del personal de emergencias y registrando cómo se escoltaba a las personas a embarcaciones y vuelos fuera de las zonas más afectadas por la catástrofe.

Todavía puedo imaginar con claridad la isla donde tocó tierra el huracán. La gente lloraba en francés y en inglés mientras se aferraban a sus familiares y a las posesiones que encontraban. Muchos permanecían de pie bajo el calor mirando al cielo en busca de esperanza. A día de hoy me sigue preocupando que las preguntas de mi entrevista hayan agravado la situación de vulnerabilidad en la que se encontraban tantas personas.

Muchos periodistas se rehúsan a buscar tratamiento cuando lo necesitan, porque las personas a las que cubren experimentan un sufrimiento mucho mayor. Se sienten culpables por estar disgustados por lo que han visto, cuando creen que otra persona lo está pasando mucho peor. Pero este sentimiento de culpa no disminuye el impacto de un hecho traumático. Solo impide que reciban ayuda y dificulta su recuperación.

Al regresar a nuestra isla tras cubrir el huracán, nuestros compañeros nos felicitaron por el trabajo realizado. Pero no había una cultura de la recuperación. Los deadlines se acercaban y se avecinaban más tormentas. No tuvimos apoyo psicológico oficial en los días siguientes, aparte del consuelo que encontrábamos los unos en los otros a través de breves charlas sobre lo que habíamos vivido. Llevé bien mi angustia y les recordé a mis colegas que debían ser fuertes, porque el trabajo aún no había terminado.

Aunque algunos en el Caribe consideren tabú la carga que supone la salud mental para los periodistas, no tiene por qué ser así. Hay cosas sencillas que las redacciones pueden hacer para reconocer el impacto en su staff y ayudarlos a afrontarlo. Creando una checklist de salud mental, los directivos pueden recurrir rápidamente a los marcos que ya tienen para hacer frente a los riesgos físicos. También pueden recurrir a recursos como el Centro DART y reconocer cómo las catástrofes afectan no solo a los periodistas sobre el terreno, sino también a los editores de video y de contenidos de la oficina, que verán imágenes angustiosas.

Los periodistas ambientales desempeñan una de las funciones más cruciales de la sociedad civil: informar al público sobre cómo el calentamiento de las temperaturas influye en su vida cotidiana y amenaza su seguridad. Pero los periodistas también somos personas. Necesitamos apoyo y compasión, como cualquier otra.


Este artículo fue publicado originalmente por el Reuters Institute for the Study of Journalism y es reproducido en IJNet con permiso.

Foto de NOAA en Unsplash.