La presencia creciente de grupos religiosos fundamentalistas es un fenómeno que abarca toda América Latina. A lo largo de la región, estos se han aliado con otros sectores conservadores – no necesariamente religiosos– para boicotear derechos de las mujeres y personas LGBTIQ, como el aborto y el matrimonio igualitario.
Iglesias y asociaciones de filiación evangélica han formado parte del ascenso de la derecha en Brasil, y apoyaron la votación por el No al Acuerdo de Paz en Colombia. El movimiento Con mis hijos no te metas, iniciado en Perú y luego ramificado por el continente y hasta por España, representa un ejemplo clave de la campaña contra la educación sexual integral en las escuelas.
Investigaciones regionales como Transnacionales de la fe, del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), muestran que los fundamentalismos van más allá de la religión cristiana para constituirse en fuerza política con capacidad de influencia y articulación. Por su propia complejidad, la cobertura de este fenómeno se vuelve desafiante para reporteros y editores.
“Creo que la parte más difícil, y al mismo tiempo la más importante, es cuando el periodista tiene que enfrentar sus propios prejuicios al abordar el tema”, señala Nelly Luna Amancio, directora periodística de Ojo Público. Ello va a permitir aproximarse de una manera más llana, más humilde, comenta, y no desde la superioridad moral, como a veces se hace.
En este punto coincide con Lirians Gordillo, periodista del Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe – SEMlac Cuba: “Hay que tener mucho cuidado de no repetir lo que uno está analizando o denunciando; me refiero a no ridiculizar, no devolver un discurso de odio, no vulnerar derechos tampoco”.
A su juicio, se debe poder identificar cuándo, detrás de la retórica de “amor al prójimo” y “bondad”, existe violencia hacia distintos sujetos y grupos. Es primordial distinguir el derecho a la libre expresión de la discriminación. “Como periodista feminista, considero que también la formación sobre la perspectiva de género es primordial”, afirma.
Partiendo de su experiencia en Semlac Cuba, Gordillo recomienda incluir a fuentes que hayan investigado al respecto desde las ciencias sociales, y a las personas que pueden ser atacadas por estos movimientos antiderechos.
De igual forma, sugiere acercarse a proyectos ecuménicos y espacios de fe inclusivos. “Mostrar la alternativa al fundamentalismo es tan importante como denunciarlo”. Según han precisado los expertos argentinos Pablo Semán y Nicolás Viotti, resulta injusto caracterizar a los evangélicos como homogéneos, y más aún identificarlos como una totalidad.
El miedo y la incertidumbre que trajo consigo la crisis del coronavirus sirvieron de impulso para las posturas fundamentalistas. El periodista Ángel Mazariegos, en su reportaje Religiosos antivacunas: la desinformación desde el atril, encontró que la prédica negacionista promovida por líderes religiosos en Guatemala afectó el avance de la vacunación.
Asimismo, la investigación transfronteriza Poderes no santos, coordinada por Luna Amancio, mostró cómo el discurso en contra de algunos derechos civiles se unió con otra agenda que difundía teorías conspirativas sobre el inicio de la pandemia y las formas de contagio.
El proyecto liderado por Ojo Público se realizó en Perú, Argentina, Brasil y México, en alianza con Agencia Pública y PopLab. Esto resalta el valor del periodismo colaborativo para tratar problemas que trascienden las realidades nacionales.
“Hemos aprendido que, si queremos comprender el avance de estos fundamentalismos, se vuelve necesario entender los matices que tienen en cada uno de los países, y cómo han logrado articular sus vínculos en los últimos dos o tres años”, dice Luna Amancio.
En tal sentido, continúan vigentes dos premisas que guían al periodismo de investigación: seguir la pista del dinero, de quiénes están financiando estas organizaciones; y los nexos políticos: qué figuras los están apoyando y haciendo que su discurso se expanda en el debate público.
Tanto Mazariegos como Luna Amancio apuntan la pertinencia de diferenciar entre los pastores y la feligresía. “Una cosa es denunciar el abuso de poder de quienes lucran o violan derechos estando dentro de esas organizaciones, y otra son las personas que simplemente deciden asumir esta fe”, dice Luna Amancio.
En muchos casos, los fundamentalismos residen en líderes de espacios religiosos, confirma Gordillo. “Realmente lo que están haciendo es instrumentalizar la fe, y maximizar los prejuicios que persisten en las comunidades”, apunta.
Si bien en cualquier tipo de trabajo se deben evitar el clic fácil, los estereotipos y el sensacionalismo, Luna Amancio destaca que ello se vuelve incluso más significativo en este continente en particular, teniendo en cuenta que en América Latina gran porcentaje de la ciudadanía profesa alguna religión. “Me parece que estamos en un momento donde, más que confrontar, las narrativas periodísticas sobre estos temas deberían invitar a un diálogo”, subraya.
En consonancia, entre las consideraciones éticas a tener en cuenta, Mazariegos enumera confirmar al cierre de las entrevistas si se puede publicar todo lo que se ha conversado, escuchar desde la empatía y el respeto, y no poner en duda los asuntos relacionados con creencias.
El reportero guatemalteco opina que las religiones han sido relegadas a segmentos «dominicales», o lo que se considera la vida privada de las personas, pero también se mueven en la esfera pública, y por tanto deben ser ubicadas en el foco periodístico.
“Después de publicar el reportaje, recibí muchas respuestas de la sociedad civil que aplaudían la cobertura al tema”, relata. “Salgo de ese proceso con la certeza de que las religiones constituyen un tema un tanto lejano para el periodismo, y que deberíamos aproximarnos más seguido”.
Imagen de Sinitta Leunen en Unsplash.